domingo, 23 de agosto de 2009

LOS PADRES DE LOS AMIGOS DE MI HIJO SERÁN MIS AMIGOS

Es una máxima. Lo sé. Pero va a ser la constante en los próximos años. Hablaremos de pañales, de problemas domésticos, de los estudios de los niños, de sus juegos. Fascinante. Aunque lo más importante será hacerse amigo de padres influyentes para que mi niño tenga buenos enchufes cuando deba labrarse un futuro.

Por ejemplo, los vecinos del tercero, que han tenido un hijo hace cinco meses -el amiguito vecino. Son profesores de universidad. Interesante cuando el muchacho esté en la universidad -si es que llega. O si le da por hacer carrera investigadora en este país. Pero poco más.

La mejor amiga de mi mujer también va a ser madre. El marido es médico. Eso no estaría mal si no fuera necesario que el hijo tuviera, no sólo que llegar a la universidad. Sino que además, debería elegir Medicina y aprobar el MIR. Después ya. Buscar el contacto de éste, mi nuevo amigo -de momento aún no lo es- y colocar al hijo en una clínica privada -además de la plaza en el sistema público sanitario, claro. Aunque existe el peligro de que, tras una amistad tan esforzada, el niño salga oenegero, sude del MIR, se apunte a Medicos sin Fronteras y no le veamos el pelo nunca más. Así que no estoy muy seguro de cultivar esa amistad.

Tal vez sería mejor probar con el marido de mi prima, padre primerizo como yo, y titular de un despacho de arquitectura. Pero en esta ciudad todos son arquitectos. Y la contrucción parece una montaña rusa. Lo mismo el nene se hace presidente de un club de fútbol, como se arruina y tenemos que ir a visitarlo a la cárcel.

Así que creo que las dos mejores opciones son estas:

1) Un compañero de trabajo que, además de ser simpático y tener un hijo de medio año -que serviría porque se encuentran en el mismo año escolar-, se llama David Centauro. Con lo que conlleva de mitológico. Y ya se sabe que los centauros, esos esbeltos seres mitad hombre mitad caballo, representan la barbarie. Si tenemos un poco de suerte, se hunde la civilización occidental, mi hijo se hace asesor del hijo de David Centauro, y éste líder tribal en la nueva sociedad surgida de los escombros de la destrucción de la anterior y ya lo tengo colocado.

2) El mangui del barrio, que además es yonqui y padre, no de uno, sino de tres churumbeles. En sí, él no me interesa. Es un mierdecilla que vive del trapicheo y el pequeño hurto. Pero su jefe resulta más interesante. Ha tenido un hijo que se va a hacer amiguito de los churumbeles del mangui. Y él es padre joven. Y bien parecido. Ese en dos años -cuando se divorcie y tenga un galopante sentimiento de culpa hacia su hijo, a quien consentirá- se afilia a un partido político y maquilla su pasado. En diez le dan un carguito y a los veinte años -la edad perfecta para mi hijo- ya se ha convertido en un peso importante de la política local. Y ya tenemos a mi hijo, el amiguito, a un paso del mamoneo. Decididendo las plazas universitarias que ofertará el Estado, o los nuevos hospitales a construir, concedidos a despachos de arquitectura. Vamos, la síntesis. Siempre y cuando lo de David Centauro no sea viable.

martes, 18 de agosto de 2009

RALLY

Como cada semana, el rally "Casa de los abuelos".

Media mañana. Tiempos despejado. Previsión del tiempo: buena. Arrancamos motores. Rampa de lanzamiento en la portería de la finca. Primer problema: la barahunda de gente que circula a estas horas por las calles del centro. Esquivamos los obstáculos en movimiento gracias a las ruedas multidirecionales -eslálom perfecto- del bugaboo cameleon. Llegamos a la plaza Catalunya. Allí, la lucha por la sombra. Manadas de guiris sudorosos y colorados pretenden impedirnos el paso. Pero el carrito ejerce su función disuasoria y obtenenms una trabajada victoria.

Buen tiempo en la especial cronometrada que inicia el trayecto.

Primer pit stop: el ascensor que lleva a la entrada del metro. Allí, por cuestión de segundos, nos colamos a una familia de turistas que pretendían un acceso al transporte público más refrescante. Mala suerte.

-Cerrando puertas.

-Dirección vestíbulo.

-Abriendo puertas.

Segundo pit stop: las máquinas validadoras. Mecanica cibernética. Puertas abatibles de metacrilato. Tratamos de encajonarnos correctamente. Cuando las puertas delanteras se abran se iniciará la segunda cronometrada. Entonces un subsahariano trat de colarse detrás del carrito.

-No ves que no cabes.

Le grito.

-Cuélate detrás de otro.

Se enfada. Perdidos unos segundos preciosos en el conato. Mala salida.

Por eso perdemos el ascensor:

-Dirección anden.

A manos de una cincuentona con el carrito de la compra lleno hasta los topes. Hay que conformarse con un segundo puesto.

Tras el famoso "Abriendo puertas", nos colocamos en la zona central del anden. Preparados para la competición: "consiga un buen puesto en el vagón del metro. Se abren las puertas. Dejamos bajar a regañadientes. La tensión se hace irrespirable. Ahora. A subir. Una china se cuela por el espacio no cubierto a nuestra izquierda. Nos corta el paso. Mierda. Llegamos tarde. La zona habilitada para carritos del vagón, convenientemente señalizada, está ocupada por perroflautas sentados en el suelo. Pícnic de calimocho improvisado a las 11 de la mañana. Llegada al tercer pit stop fuera de control. Penalización. Carrito dificilmente ubicado junto a las barras verticales. Y encima, el can de los perroflauta, baboso, posible candidato a la gripe A, se acerca peligrosamente al carrito del bebé. Discuto con uno de los alterradicas, al parecer el dueño del perro. Que dice:

-Ke passa pavo. El perro no va cer ná.

Le recrimino lo del pícnic. Que roben el sitio para el carrito de mi hijo. Se desentiende. Crispación. Especial anulada.

Llegada a nuestra parada destino. El final del rally "Casa de los abuelos". El ascensor:

-Dirección vestíbul.

Estropeado.

Transporte a hombros de bugaloo por la escalera. Mi hijo cual emperador romano en su palanquín. Derrota final. Descalificación.

domingo, 9 de agosto de 2009

LIGAR CON PAÑALES

-¡Qué mooono! -dice la diosa que se ha sentado en el mismo banco que mi hijo y yo, que finalmente he decidido asumir mi paternidad así, en primera persona. Y me doy cuenta en ese instante de lo mucho que se liga con un crío en los brazos siendo hombre (extrañamente, no sucedería lo mismo si fuera mujer).

-Sí, no ha salido al padre -contesto para hacerme el gracioso mientras la mirada se me escapa hacia la línea que separa la minifalda de la muchacha de sus blancos, firmes y apetitosos muslos.

Ella ríe y baja la vista, vergonzosa pero coqueta, perfecto. Entonces puedo fijarme en las revistas que estaba leyendo hasta ese instante. Todas dedicadas a celebridades del cine y la moda.

-¿Eres modelo? -le pregunto mientras ella le hace carantoñas al renacuajo. En su nueva posición se puede valorar el generoso escote en su justa medida.

-No, doy masajes.

Al oírla me deshago en una de mis fantasías eróticas más punzantes.

-Pero me gustaría mucho trabajar en la moda o salir en televisión.

En ese momento me decido y se lo suelto, a ver si cuela.

-Pues mi hijo hace anuncios.

-¿Siiií? ¿Qué dices? ¿Tan pequeño?

-Bueno, anuncia pañales. Tumbado, eso sí. Porque aún no se aguanta en pie.

-Y ...¿qué te parece? -dice tomando al niño y colocándose de lado como si yo fuera una cámara de televisión. -¿Crees que podríamos aparecer juntos en un anuncio?

Estoy a punto de decirle que al menos yo si que estaría dispuesto a hacerla madre, pero de forma literal, cuando un sonido progresivo y rimbombante hace aparición en la escena: mi hijo se caga en los brazos de esa deesa que ha tomado el aspecto de una masajista.

Inmediatamente y con cara de asco, la muchacha me devuelve a mi hijo.

-Creo... creo que se ha hecho caca.

-Es que no ha podido evitar su profesionalidad como actor cuando has dicho que es como si estuvierais apareciendo en un anuncio.

lunes, 3 de agosto de 2009

ABUELAS

¡Plas, plas, plas!

-¡Despierta muñeco! ¡Despierta muñeco!

Vocea acompañada de fuertes palmadas mi madre, la abuela materna, frente al carrito de mi niño. Irritada porque después de una buena sesión de cochecito por la ciudad, el niño duerme plácidamente.

-¡Despierta muñeco!

¡Plas, plas, plas!

-Was geht? Yo no entenderrr.

Vuelve a intentarlo mi madre sin éxito ante la conmoción de la madre de mi mujer, la otra abuela, alemana.

Y pienso, no me extraña que usted no lo entienda señora. Pero yo sí, yo sí lo entiendo. Cada vez que escucho una palmada recuerdo los azotes de mamá por lo que ella afirmaba que era mi nerviosismo cuando en realidad era el suyo. Y pienso que la historia se repite, que pobre del crío con sus abuelas.

Cuando vuelvo a oír:

¡Plas, plas, plas!

-¡Despierta muñeco!

Y después, otra vez:

-Was geht?

Pienso que pasa lo de siempre, lo peor. Que su abuela es incapaz de estar tranquila ni cinco minutos. Y entonces el niño se despierta y se pone a berrear, desesperado. Y pienso, ya lo decía yo.

miércoles, 29 de julio de 2009

MI HIJO

Te levantas como un resorte cuando el médico de urgencias del CAP aparece por la puerta. Le explicas lo sucedido con tu hijo. La sangre. Él lo sienta en la camilla y lo examina con detenimiento. Se gira y te mira pálido. Te asustas. Hasta que tose con fuerza porque al parecer algo le ha entrado por el conducto que no debía. Cuando se recupera analiza la sangre. Después dice:

-No se preocupe, con este calor las hemorragias están a la orden del día. Colóquele un algodón empapado en agua oxigenada en los orificios nasales si vuelve a pasar.

Lo dice con desidia. Al despedirse comenta:

-No se preocupe hombre. Que no es para tanto.

Habla con el tono que crees que suelen utilizar para los padres primerizos como tú. Pero no te importa. Tú eres lo de menos. Desde que lo viste en el moisés envuelto por la sábana empapada en sangre en torno a la cabeza mientras un hilillo del viscoso fluido corría por debajo de sus narices, sólo hay una cosa que se repite en tu cabeza como si el resto del universo hubiera dejado de existir: Es mi hijo. Qué más da que berree, que no me deje dormir o que mee encima mío cuando lo estoy cambiando. Es mi hijo. Ahora lo entiendo. Mientras lo cogía en brazos alarmado, llamaba a su madre y nos íbamos precipitadamente al CAP lo he visto claro. Yo soy el padre. Yo he querido traerlo a este mundo y yo habría de ser quién hablara de mis vivencias con él. Ni tú, ni otros deben seguir narrando esta historia.

viernes, 24 de julio de 2009

MENTALIDAD DE PAPÁ

Este crío desde luego no sé como va a salir. Te mira con esos ojillos espabilaos que paece que se te come de la curiosidá. Y cuando está mamando de su padre, como menea el ocico el angelico. Josú, que frío que hace está mañana y que oscuro está. Que ganas tengo de que llegue el verano y pueda montar a los críos en el coche con la parienta y nos largemos pal pueblo porque estas Navidades, con una boca más que alimentar, nos vamos a quedar en casa al lao de la estufa de butano se ponga como se ponga la parienta que en casa sólo entra un jornal y hay que estirarlo. Ya es lástima, porque tengo unas ganas de que mis padres vean lo hermosos que son mis dos hijos. Aunque el grande no ha reaccionao mu bien a lo de su hermano. Está celoso, sino no se entiende la pataleta danoche. Qué se le va a hacer. Y eso que el día de su cumpleaños estaba tan contento con lo del hermanito. Yo también, mira que traer sólo críos al mundo en invierno, con las ganas que tenía de quedarme calentico al lao de la parienta cuando ha sonao el despertador a las seis. Leche, que el tranvia ya se va, buf, buf, buf. ¡Tener que correr a estas horas!

-¡Eh! Espere, espera que aún falta uno.

-Muchas gracias. Aquí tiene el dinero pal billete. Menos mal que ha esperao porque sino me pelo de frío como un pajarillo hasta que pase el siguiente.

-Ja, ja, ja. Y usté que lo diga.

Uff. Por los pelos. Eso me pasa por estar emborricao con el crío. Y eso que no nos deja pegar ojo desde hace un mes. Pero se le ve tan boniquillo arrullao en la cuna cuando duerme. Las pocas veces que duerme claro. Por eso el esaborío del vecino está tol rato quejándose. Es un amargao que como no tiene ni hijos ni parienta ni na no sabe lo que es la vida. También es mala suerte que nos haya tocao de vecino. A ver si cobro el aguinaldo y miro nuestros ahorrillos, que ya tengo ganas de vender este piso y comprar otro más cerca del trabajo pa poder ir caminando, que en las mañanas frías como estas t'echa patrás ir a trabajar. Así podría ir a comer a casa los mediodías, me ahorraría unos duros y comería mejor. Y no tendría que salir corriendo detrás del tranvia cada vez que me despisto con mis cosas. ¡Uy!

-Usté disculpe. No me había dao cuenta.

-Pues métaselo donde le quepa. a ver quien sa creido que es.

Tendrá mala follá el gachó. Que si le arrugao el periódico. Que vaya y se lo diga al conductor, que toma las curvas como si fuera Fangio el tío. Vaya humos que tiene la gente a estas horas de la mañana. Menos mal que ya parece que va saliendo el sol. Aunque tie que seguir haciendo frío porque las gentes que suben van encogíos como gurruños. Mira ese que ni se atreve a sacar la cabeza de las solapas del abrigo. Parece como si se lo hubieran engullío y no pudiera salir. Ay, cuidao. Otra curva. Ya m'agarro no sea que le chafe otra vez el periódico al mala folla de los humos y la tengamos liá. Toma peo. De este no se libra el gachó. Me mira pero que le den morcilla. Somos muchos aquí apretujaos a la barra. No puede saber que es mío. Toma ya, cómetelo, que te aproveche. Eso deben ser las habicholillas que comimos anoche. No es mu bueno eso pa cenar. Pero claro, la parienta tie que alimentarse que el chuiquitillo sorbe con unas ganas. Ojalá no le pase na al pobrecico y crezca sano. Ojalá tenga más suerte que yo y pueda hacerse un hombre de provecho. Mira que si saliera espabilao y nos retirara a toos. Eso si que sería grande. yo me volvía al pueblo con los millones pa que vieran lo listo que m'ha salío el crío. Pero no lo sé. Me da en la nariz que no. Que es demasiao inquieto pa que salga mu listo. Bueno con que crezca sano ya me conformo. lo demás como toos. Que apechugue y s'haga un hombre. Bueno. Ya parece que se baja una poca de gente. Siempre en esta parada la cosa se va despejando. Ya se va el esaborío del periódico. Toma peo de despedida. Joer este si que ha sio oloroso. M'he pasao. Y el tío que se gira a mirar. Toma corte de mangas. Ya no me pillas que s'han cerrao las puertas. Se creerá más listo porque va leyendo en el tranvia. Yo también me compraría el periódico si no necesitase las perras que vale pa ahorrar pa mi piso de al lao del trabajo y no tener que aguantarle a él y a su periódico en el tranvia que no tendré que coger cada mañana temprano porque iré andando a trabajar. Bueno, ya sólo falta una parada. Mira hombre, el Joaquín.

-Hombre Joaquín. No te había visto. Con la de gente que hay en el tranvia a veces uno no distingue a los compañeros.

-Pues mu bien gracias hombre. Si lo vieras. Te mira con esos ojillos espabilaos que paece que se te come de la curiosidá.

-Carlos. Le hemos llamao Carlos porque a la madre le hacía gracia el nombre.

-Desde luego. Lo importante es que crezca con salud.

-Mira ya hemos llegao.

-Sí. No sé que nos va a tocar hacer hoy. Dar el callo como siempre.

lunes, 20 de julio de 2009

PADRES

Ayer, en la visita dominical a tus padres con tu hijo, tu madre no paró de sacar tus fotos de la infancia para que las viera tu mujer. Fotos como ésta:


Y a contar historias de lo trasto que eras en los primeros años de tu vida. Como el día que tuvisteis que salir huyendo de un bar de carretera porque habías ido a cagar al lavabo del establecimiento y lo habías puesto todo hasta arriba de mierda, y tu padre vino preocupado a ver lo que pasaba y se encontró el panorama y te cogió del brazo rápidamente y salisteis huyendo en una estampa frenética no como la de la fotografía, mientras el dueño del bar se encaminaba ya, escoba en mano hacia el lavabo a limpiarlo sin saber la sorpresa que le esperaba.

Después dijo aquello tan propio de las abuelas:

-Anda, enséñaselo a tu padre pa que vea lo bonico que es el niño.

Y fuiste decidido con el pelón berreante entre tus brazos a enseñárselo a ese hombre que hace ya tantos años te crió. Y tras la leve sonrisa de alguien ya deshauciado por el Alzheimer, vislumbraste al pobre hombre de pueblo que se pegó años labrando la tierra para liquidar las deudas de su padre que terminaron por no liquidarse. Y que acabó tomando un tren con dirección a una ciudad industrializada (una de esas ciudades grises del franquismo) para labrarse él una oportunidad. Allí se estableció y tuvo hijos. Hijos que fueron el espejo donde mirarse cada mañana al peinarse hacia atrás con agua ante el espejo tras levantarse bien temprano para realizar aquellas larguísimas jornadas en la empresa (el tajo como él decía) con las que consiguió alimentarte, y llevarte a médicos de pago y a estudiar a los colegios caros. Ese hombre que te inculcó la alegría por la vida que ahora brilla por su ausencia en su mirada mortecina, y te enseñó a respirar el aire puro mientras paseabais por el campo y que te abrazaba mientras veíais los westerns que tanto le gustaban en la televisión, que a veces se enfurecía como Charles Bronson y te mostraba su vena hinchada en el cuello porque a veces hay que tener carácter, y quejarse, y soñar. Y que se enfrentó contigo en la adolescencia para conseguir acabar haciendo de ti un hombre pese a que de niño fueras nervioso, inseguro y un cagón que ensuciaba los lavabos de los bares de carretera.

Y en ese momento, después de enseñarle a su nieto y escuchar:

-Qué bonico tan chiquitillo.

Pensaste si no habrías tenido tú suerte con el crío que habías traído al mundo si se comparaba con el trabajo que tuvo tu padre contigo.

viernes, 17 de julio de 2009

FLUIDO

El reloj me persigue por toda la habitación. Parece enfurecido.

-Es la hora -me dice.

Pretende que me doblegue a sus órdenes. Pero yo le hago frente con uno de mis tapones gigantes. Su punta toca el centro del reloj y este se dobla haciendo juntarse a las manecillas. Se licua. Se convierte en un fluido viscoso color mostaza que me llega a las pantorrillas y sigue subiendo. Después se transforma en algo menos viscoso y más espumoso y líquido. Produce efluvios nauseabundos y vapores. Su nivel avanza por mi cuerpo. Se acerca peligrosamente a mi boca. Noto su envolvente viscosidad.
-Necesito escabullirme -grito.

Aunque nadie me oye. Eso me aterroriza aún más. Me siento inquieto.

Aguanto las arcadas que me está produciendo el olor y que van a acabar haciéndome vomitar y sumergo mi cabeza dentro de la gran masa líquida que ha inundado mi habitación y ahora me hace flotar para tratar de huir. Sorprendentemente, el líquido es delicioso. Sabe a cerveza dulce, a la cerveza tostada de los Paises Bajos que descubrí en un viaje a Amsterdam con mis amigotes. Abro la boca para tragarla en grandes cantidades. Es maravilloso. Me sumerjo con decisión un par de metros. Buceo con ímpetu. Soy feliz en ese líquido viscoso y cálido. Es dulce y a la vez sabroso. Me siento protegido. Me duermo mecido por las olas doradas de ese fluido amarillento.

Cuando despierto, doy unas cuantas brazadas hasta la superficie. Ya no estoy en mi habitación sino en una piscina donde mis amigos nadan a mi alrededor. Me saludan. Se alegran de verme. Hace un sol espléndido.

Salimos de la piscina y nos dirigimos alegres hasta una barra de bar que está situada a dos metros y que brilla ocre al reflejo del sol de la mañana. Pedimos unas cervezas y charlamos de fútbol, después del Festival de Benicàssim, de las novedades de este año y de los grupos revelación. Nos reímos con los comentarios de Raúl. Hasta que nuestros vecinos en la barra, unos adolescentes con la cara plagada de granos, empiezan a berrear. Eso molesta nuestra conversación. Les apremiamos a que se callen pero ellos siguen berreando. Berrean y berrean hasta que me despierto y me doy cuenta de que los gritos provienen del moisés de mi hijo.

Mi mujer enciende la luz de la mesilla y mira el reloj. Las 3:27. Y yo reflexiono si esto era lo que me imaginaba cuando decidimos tener un hijo.

domingo, 12 de julio de 2009

MADRUGADA

Tu crío berrea como una condenado en la habitación de matrimonio, dentro del moisés. Su madre, tu mujer, le susurra al oído y a la vez le da palmaditas en la espalda. Suaves pero enérgicas. Es lo que recomienda el último libro para bebés tranquilos y felices que ha comprado. Al parecer, la clásica técnica de balancear el moisés ya no funciona. La de dormir con el bebé en la cama junto a nosotros es demasiado peligrosa, le chafaríamos. Y la de dejar que llore todo lo que quiera la probamos anoche. Mejor ni comentarla.

Ya es la tercera noche sin dormir. Desesperado, le dices a tu mujer que pare e intentas tomar al bebé.

-No -dice-. Sino se acostumbrará siempre a dormir en tus brazos. Es lo que comentan todos los expertos.

Piensas, qué me importa, lo que quiero es dormir. Y miras de reojo el despertador en la mesita de noche de tu mujer frente al moisés. Eso te asusta. Sabes que puede sonar a cualquier hora intempestiva como las 4:37 o las 6:19, cuando estés profundamente dormido, porque tu mujer se habrá programado la próxima toma para que el crío vuelva a mamar según las directrices de la libreta donde anota exactamente todos los acontecimientos que tienen lugar en la vida de tu hijo (mamar, cambiar pañales, dormir). Por eso tiene preparado en la cama, junto a lo que hasta ahora era tu zona de influencia en el colchón, el cojín que utiliza para colocar al bebé y acercarlo hasta sus tetas. Y piensas, que más da volver a pasear en tus brazos a tu hijo, pasillo arriba, pasillo abajo hasta que empiece a cabecear contra tu pecho y entonces, sigilosamente, vuelvas a meterlo en el moisés para que al menos duerma una hora seguida y con ello logres ni que sea unos minutos de descanso hasta el próximo berrido. Sin embargo, desde que ha desarrollado sus técnicas para llamar la atención, los paseos en brazos son más bien ineficientes.

Te tumbas en la cama. Coges un libro para sumergirte en la lectura y tratar de olvidar el característico sonido de los berridos, que se mete en tu cabeza.

Hace media hora que te despertó tu mujer, preocupada porque el niño emitía unos ruidos extraños.

-¿Estará despierto? -preguntó.

Encendió la luz y entonces, cuando se despertó de verdad, si que empezó a emitir ruidos (berridos más bien). Hasta ahora. Dos horas antes, después de la última toma, tuvo un ataque de hipo que le impidió dormir un buen rato.

-Ha estado 42 minutos con hipo -contesta tu mujer cuando le preguntas cuanto tiempo incordió tras la última toma.

Después lloró otro buen rato hasta que se durmió gracias a la técnica de los susurros y las palmaditas en la espalda, suaves pero enérgicas, que tu mujer está poniendo en práctica esta noche para romper la nueva rutina de las noches en vela.

Nada. No hay manera. Imposible concentrarse en la lectura con esos berridos. Cierras el libro y lo colocas en tu mesita de noche. Entonces los ves. Te habías olvidado de ellos durante todas estas noches.

Tu mujer dice:

-A lo mejor se ha cagado y está incómodo. Aunque los libros dicen que hasta los seis meses los bebés no se sienten incómodos pese a que su pañal esté sucio.

Te encoges de hombros para responder mientras estiras el brazo hacia la superficie de la mesilla. Ella te mira. Después se agacha encima del moisés y agarra al niño.

Cuando, el bebé en los brazos, se gira para decirte:

-Voy a cambiarlo.

Ya te estás colocando el primer tapón para los oídos en tu oreja izquierda. Después alcanzarás el
otro con la esperanza de que entonces se inicie una tranquila madrugada arrullado por los brazos de Morfeo.


jueves, 9 de julio de 2009

COMO LA MOSTAZA




¿Cómo la mostaza?, te pregunta la enfermera de pediatría del CAP al que llevas por primera vez a tu hijo.

Sí, contestas. Pastosa, densa y de un color amarillento oscuro.

Pues entonces todo es correcto, dice. Lo peligroso sería que fuera como petróleo y más líquida.

Y mientras analizas el contenido de los carteles con información sobre los bebés, con esos dibujitos tan didácticos, piensas en lo mucho que te ha cambiado la vida en unas semanas. Has pasado de discutir sobre los últimos fichajes millonarios de la liga de fútbol o del último grupo de música indie con los amigotes, a convertirte en un experto sobre las texturas y los colores de las cacas que observas cada vez que tienes que cambiarle el pañal a tu crío y que luego vas a tener que contrastar con la enfermera, esa profesional que ve la Tierra tan parecida a los mundos de Yupi.

lunes, 6 de julio de 2009

PARAÍSO PERDIDO

Ahora entiende uno por que la escena de Amarcord que aparece al final de esta
secuencia siempre le pareció arrebatadora.





Porque refleja la primera zona oculta del pasado de uno. Cuando vivía de los pechos de la madre a la cuna en una perfecta simbiosis. Cuando todo era placentero (placentero al menos si uno es macho hétero o hembra homo) y no existían ni en la distancia las responsabilidades. Ese pasado en que todos los cuidados de la casa eran para uno y que se ha olvidado completamente. Qué bien lo escenifica Fellini cuando su actor adolescente, ajeno ya al acto reflejo de chupar, sólo es capaz de soplar.

Es curioso que uno no recuerde ese paraíso perdido. Que los cuidados que le dedicaron en su más tierna infancia queden escondidos porque entonces uno no almacenaba remembranzas ni sabía usar sus sentidos para ello. Esos cuidados que la madre le dedica a su hijo sabiendo que nunca los recordará y que le otorga igualmente, generosa. Cuidados que uno es incapaz de realizar porque no tiene tetas. Imágenes que guardara el hijo en el subconsciente como el protagonista de Amarcord. Y formarán parte de una de esas secuencias oníricas del paraíso perdido de la infancia.

viernes, 3 de julio de 2009

SILENCIO

Tu vida doméstica estaba acompañada hasta hace una semana por este sonido:




El del silencio. Ahora es éste el que te acompaña buena parte del día:


Todo un cambio. Se podría decir que se ha roto el silencio en tu vida si no tuvieras en cuenta los años que llevas trabajando en la enseñanza pública y la contaminación acústica asociada a tu entorno laboral con muchachos como estos:







Así que mientras tratas de conciliar el sueño en un descanso de los ejercicios pulmonares de tu hijo, lo piensas dos veces y decides que tal vez es mejor aguantar los berridos de éste que los gritos de chavales a los que no has traído al mundo y sobre los que no tienes tanta responsabilidad. Por lo que decides seguir adelante con tu idea de estar un año de baja para cuidar de él a costa del erario público, al que tan fielmente has contribuido en los últimos tiempos.

lunes, 29 de junio de 2009

INICIO

Hace cuatro días que tu hijo llegó al mundo. Ese es el único motivo para el inicio de esta bitácora. Ese y la recién estrenada paternidad, claro.

De poco sirvieron los cursos de pre parto y esa visión falsamente natural del proceso. En el momento en que las contracciones de tu mujer empezaron a ser más profundas y sostenidas no pudiste hacer nada para mitigar su dolor. Al contrario, tuviste que apartarte cada vez que aparecía la comadrona y te miraba a través de los cristales de sus gafas con esa oblicua ojeada despectiva que indicaba que tú eras un estorbo y ella una persona con experiencia de años en estas lides.

Peor te fue mientras tratabas de aguantar la respiración en la sala de partos por culpa del fuerte olor a menstruación que impregnaba todo el ambiente y el ginecólogo te dijo aquello de: Mira, mira. Si ya le asoma la cabeza. Y tú, obediente, observaste hacia la zona que indicaba, esa parte de la anatomía de tu pareja que tantos placeres te había proporcionado en el pasado pero que en ese instante, ensangrentada y embadurnada de yodo, lo único que te producía eran mareos. Entonces te obligaste a reprimir una arcada. Arcada que no reprimió tu hijo al salir del útero materno y saludar al mundo con el vómito que vaciaba su pequeño estómago en una clara declaración de principios. Y es que. hicieras lo que hicieras, estabas fuera de juego en ese ancestral proceso que es el parto, donde desde hace miles de años los protagonistas del dolor son la madre y el hijo a partes iguales.

Tampoco sirvieron de mucho las recomendaciones del doctor Beato, ese médico que os recibía cuando el ginecólogo titular estaba ocupado atendiendo otros partos. Parecía que estuviera subvencionado por el Opus Dei. Porque siempre os llenaba la cabeza con la poética de la paternidad, el milagro de la vida, el sacrificio recompensado y demás valores nítidamente cristianos. Valores que brillaron por su ausencia en el momento en que tomaste a tu hijo por primera vez entre los brazos, le miraste a los ojos y descubriste para tu sorpresa que estaban cerrados. Que no había forma de acertar su color. Además de que se los habían embadurnado con una sustancia gelatinosa que le daba al niño -porque es un niño- un aspecto aún más acentuado de sapo adormilado. Para que luego digan eso de que los recién nacidos son preciosos.

Pero entonces, cuando lo tomaste entre tus brazos, descubriste que aquel renacuajo era tu hijo. Miraste su cara que aquí se observa más armónica porque el chaval ya está lavado y vestido, en la habitación del hospital, que es el lugar donde deben hacerse las fotos y no en la sala de partos después de la vomitera, no vayamos a ensuciar más la poética del nacimiento.


Y te percataste de que tenías entre tus brazos un ser indefenso que formaba parte de ti, de tus genes. Y te entraron unas ganas horrorosas de cuidarlo y protegerlo porque era tu hijo. Y parecía tan bueno, tan incapaz de hacer mal a nadie. Y ese es el motivo real para el inicio de esta bitácora. Tu recién estrenada paternidad.