lunes, 20 de julio de 2009

PADRES

Ayer, en la visita dominical a tus padres con tu hijo, tu madre no paró de sacar tus fotos de la infancia para que las viera tu mujer. Fotos como ésta:


Y a contar historias de lo trasto que eras en los primeros años de tu vida. Como el día que tuvisteis que salir huyendo de un bar de carretera porque habías ido a cagar al lavabo del establecimiento y lo habías puesto todo hasta arriba de mierda, y tu padre vino preocupado a ver lo que pasaba y se encontró el panorama y te cogió del brazo rápidamente y salisteis huyendo en una estampa frenética no como la de la fotografía, mientras el dueño del bar se encaminaba ya, escoba en mano hacia el lavabo a limpiarlo sin saber la sorpresa que le esperaba.

Después dijo aquello tan propio de las abuelas:

-Anda, enséñaselo a tu padre pa que vea lo bonico que es el niño.

Y fuiste decidido con el pelón berreante entre tus brazos a enseñárselo a ese hombre que hace ya tantos años te crió. Y tras la leve sonrisa de alguien ya deshauciado por el Alzheimer, vislumbraste al pobre hombre de pueblo que se pegó años labrando la tierra para liquidar las deudas de su padre que terminaron por no liquidarse. Y que acabó tomando un tren con dirección a una ciudad industrializada (una de esas ciudades grises del franquismo) para labrarse él una oportunidad. Allí se estableció y tuvo hijos. Hijos que fueron el espejo donde mirarse cada mañana al peinarse hacia atrás con agua ante el espejo tras levantarse bien temprano para realizar aquellas larguísimas jornadas en la empresa (el tajo como él decía) con las que consiguió alimentarte, y llevarte a médicos de pago y a estudiar a los colegios caros. Ese hombre que te inculcó la alegría por la vida que ahora brilla por su ausencia en su mirada mortecina, y te enseñó a respirar el aire puro mientras paseabais por el campo y que te abrazaba mientras veíais los westerns que tanto le gustaban en la televisión, que a veces se enfurecía como Charles Bronson y te mostraba su vena hinchada en el cuello porque a veces hay que tener carácter, y quejarse, y soñar. Y que se enfrentó contigo en la adolescencia para conseguir acabar haciendo de ti un hombre pese a que de niño fueras nervioso, inseguro y un cagón que ensuciaba los lavabos de los bares de carretera.

Y en ese momento, después de enseñarle a su nieto y escuchar:

-Qué bonico tan chiquitillo.

Pensaste si no habrías tenido tú suerte con el crío que habías traído al mundo si se comparaba con el trabajo que tuvo tu padre contigo.

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