domingo, 12 de julio de 2009

MADRUGADA

Tu crío berrea como una condenado en la habitación de matrimonio, dentro del moisés. Su madre, tu mujer, le susurra al oído y a la vez le da palmaditas en la espalda. Suaves pero enérgicas. Es lo que recomienda el último libro para bebés tranquilos y felices que ha comprado. Al parecer, la clásica técnica de balancear el moisés ya no funciona. La de dormir con el bebé en la cama junto a nosotros es demasiado peligrosa, le chafaríamos. Y la de dejar que llore todo lo que quiera la probamos anoche. Mejor ni comentarla.

Ya es la tercera noche sin dormir. Desesperado, le dices a tu mujer que pare e intentas tomar al bebé.

-No -dice-. Sino se acostumbrará siempre a dormir en tus brazos. Es lo que comentan todos los expertos.

Piensas, qué me importa, lo que quiero es dormir. Y miras de reojo el despertador en la mesita de noche de tu mujer frente al moisés. Eso te asusta. Sabes que puede sonar a cualquier hora intempestiva como las 4:37 o las 6:19, cuando estés profundamente dormido, porque tu mujer se habrá programado la próxima toma para que el crío vuelva a mamar según las directrices de la libreta donde anota exactamente todos los acontecimientos que tienen lugar en la vida de tu hijo (mamar, cambiar pañales, dormir). Por eso tiene preparado en la cama, junto a lo que hasta ahora era tu zona de influencia en el colchón, el cojín que utiliza para colocar al bebé y acercarlo hasta sus tetas. Y piensas, que más da volver a pasear en tus brazos a tu hijo, pasillo arriba, pasillo abajo hasta que empiece a cabecear contra tu pecho y entonces, sigilosamente, vuelvas a meterlo en el moisés para que al menos duerma una hora seguida y con ello logres ni que sea unos minutos de descanso hasta el próximo berrido. Sin embargo, desde que ha desarrollado sus técnicas para llamar la atención, los paseos en brazos son más bien ineficientes.

Te tumbas en la cama. Coges un libro para sumergirte en la lectura y tratar de olvidar el característico sonido de los berridos, que se mete en tu cabeza.

Hace media hora que te despertó tu mujer, preocupada porque el niño emitía unos ruidos extraños.

-¿Estará despierto? -preguntó.

Encendió la luz y entonces, cuando se despertó de verdad, si que empezó a emitir ruidos (berridos más bien). Hasta ahora. Dos horas antes, después de la última toma, tuvo un ataque de hipo que le impidió dormir un buen rato.

-Ha estado 42 minutos con hipo -contesta tu mujer cuando le preguntas cuanto tiempo incordió tras la última toma.

Después lloró otro buen rato hasta que se durmió gracias a la técnica de los susurros y las palmaditas en la espalda, suaves pero enérgicas, que tu mujer está poniendo en práctica esta noche para romper la nueva rutina de las noches en vela.

Nada. No hay manera. Imposible concentrarse en la lectura con esos berridos. Cierras el libro y lo colocas en tu mesita de noche. Entonces los ves. Te habías olvidado de ellos durante todas estas noches.

Tu mujer dice:

-A lo mejor se ha cagado y está incómodo. Aunque los libros dicen que hasta los seis meses los bebés no se sienten incómodos pese a que su pañal esté sucio.

Te encoges de hombros para responder mientras estiras el brazo hacia la superficie de la mesilla. Ella te mira. Después se agacha encima del moisés y agarra al niño.

Cuando, el bebé en los brazos, se gira para decirte:

-Voy a cambiarlo.

Ya te estás colocando el primer tapón para los oídos en tu oreja izquierda. Después alcanzarás el
otro con la esperanza de que entonces se inicie una tranquila madrugada arrullado por los brazos de Morfeo.


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