miércoles, 29 de julio de 2009

MI HIJO

Te levantas como un resorte cuando el médico de urgencias del CAP aparece por la puerta. Le explicas lo sucedido con tu hijo. La sangre. Él lo sienta en la camilla y lo examina con detenimiento. Se gira y te mira pálido. Te asustas. Hasta que tose con fuerza porque al parecer algo le ha entrado por el conducto que no debía. Cuando se recupera analiza la sangre. Después dice:

-No se preocupe, con este calor las hemorragias están a la orden del día. Colóquele un algodón empapado en agua oxigenada en los orificios nasales si vuelve a pasar.

Lo dice con desidia. Al despedirse comenta:

-No se preocupe hombre. Que no es para tanto.

Habla con el tono que crees que suelen utilizar para los padres primerizos como tú. Pero no te importa. Tú eres lo de menos. Desde que lo viste en el moisés envuelto por la sábana empapada en sangre en torno a la cabeza mientras un hilillo del viscoso fluido corría por debajo de sus narices, sólo hay una cosa que se repite en tu cabeza como si el resto del universo hubiera dejado de existir: Es mi hijo. Qué más da que berree, que no me deje dormir o que mee encima mío cuando lo estoy cambiando. Es mi hijo. Ahora lo entiendo. Mientras lo cogía en brazos alarmado, llamaba a su madre y nos íbamos precipitadamente al CAP lo he visto claro. Yo soy el padre. Yo he querido traerlo a este mundo y yo habría de ser quién hablara de mis vivencias con él. Ni tú, ni otros deben seguir narrando esta historia.

viernes, 24 de julio de 2009

MENTALIDAD DE PAPÁ

Este crío desde luego no sé como va a salir. Te mira con esos ojillos espabilaos que paece que se te come de la curiosidá. Y cuando está mamando de su padre, como menea el ocico el angelico. Josú, que frío que hace está mañana y que oscuro está. Que ganas tengo de que llegue el verano y pueda montar a los críos en el coche con la parienta y nos largemos pal pueblo porque estas Navidades, con una boca más que alimentar, nos vamos a quedar en casa al lao de la estufa de butano se ponga como se ponga la parienta que en casa sólo entra un jornal y hay que estirarlo. Ya es lástima, porque tengo unas ganas de que mis padres vean lo hermosos que son mis dos hijos. Aunque el grande no ha reaccionao mu bien a lo de su hermano. Está celoso, sino no se entiende la pataleta danoche. Qué se le va a hacer. Y eso que el día de su cumpleaños estaba tan contento con lo del hermanito. Yo también, mira que traer sólo críos al mundo en invierno, con las ganas que tenía de quedarme calentico al lao de la parienta cuando ha sonao el despertador a las seis. Leche, que el tranvia ya se va, buf, buf, buf. ¡Tener que correr a estas horas!

-¡Eh! Espere, espera que aún falta uno.

-Muchas gracias. Aquí tiene el dinero pal billete. Menos mal que ha esperao porque sino me pelo de frío como un pajarillo hasta que pase el siguiente.

-Ja, ja, ja. Y usté que lo diga.

Uff. Por los pelos. Eso me pasa por estar emborricao con el crío. Y eso que no nos deja pegar ojo desde hace un mes. Pero se le ve tan boniquillo arrullao en la cuna cuando duerme. Las pocas veces que duerme claro. Por eso el esaborío del vecino está tol rato quejándose. Es un amargao que como no tiene ni hijos ni parienta ni na no sabe lo que es la vida. También es mala suerte que nos haya tocao de vecino. A ver si cobro el aguinaldo y miro nuestros ahorrillos, que ya tengo ganas de vender este piso y comprar otro más cerca del trabajo pa poder ir caminando, que en las mañanas frías como estas t'echa patrás ir a trabajar. Así podría ir a comer a casa los mediodías, me ahorraría unos duros y comería mejor. Y no tendría que salir corriendo detrás del tranvia cada vez que me despisto con mis cosas. ¡Uy!

-Usté disculpe. No me había dao cuenta.

-Pues métaselo donde le quepa. a ver quien sa creido que es.

Tendrá mala follá el gachó. Que si le arrugao el periódico. Que vaya y se lo diga al conductor, que toma las curvas como si fuera Fangio el tío. Vaya humos que tiene la gente a estas horas de la mañana. Menos mal que ya parece que va saliendo el sol. Aunque tie que seguir haciendo frío porque las gentes que suben van encogíos como gurruños. Mira ese que ni se atreve a sacar la cabeza de las solapas del abrigo. Parece como si se lo hubieran engullío y no pudiera salir. Ay, cuidao. Otra curva. Ya m'agarro no sea que le chafe otra vez el periódico al mala folla de los humos y la tengamos liá. Toma peo. De este no se libra el gachó. Me mira pero que le den morcilla. Somos muchos aquí apretujaos a la barra. No puede saber que es mío. Toma ya, cómetelo, que te aproveche. Eso deben ser las habicholillas que comimos anoche. No es mu bueno eso pa cenar. Pero claro, la parienta tie que alimentarse que el chuiquitillo sorbe con unas ganas. Ojalá no le pase na al pobrecico y crezca sano. Ojalá tenga más suerte que yo y pueda hacerse un hombre de provecho. Mira que si saliera espabilao y nos retirara a toos. Eso si que sería grande. yo me volvía al pueblo con los millones pa que vieran lo listo que m'ha salío el crío. Pero no lo sé. Me da en la nariz que no. Que es demasiao inquieto pa que salga mu listo. Bueno con que crezca sano ya me conformo. lo demás como toos. Que apechugue y s'haga un hombre. Bueno. Ya parece que se baja una poca de gente. Siempre en esta parada la cosa se va despejando. Ya se va el esaborío del periódico. Toma peo de despedida. Joer este si que ha sio oloroso. M'he pasao. Y el tío que se gira a mirar. Toma corte de mangas. Ya no me pillas que s'han cerrao las puertas. Se creerá más listo porque va leyendo en el tranvia. Yo también me compraría el periódico si no necesitase las perras que vale pa ahorrar pa mi piso de al lao del trabajo y no tener que aguantarle a él y a su periódico en el tranvia que no tendré que coger cada mañana temprano porque iré andando a trabajar. Bueno, ya sólo falta una parada. Mira hombre, el Joaquín.

-Hombre Joaquín. No te había visto. Con la de gente que hay en el tranvia a veces uno no distingue a los compañeros.

-Pues mu bien gracias hombre. Si lo vieras. Te mira con esos ojillos espabilaos que paece que se te come de la curiosidá.

-Carlos. Le hemos llamao Carlos porque a la madre le hacía gracia el nombre.

-Desde luego. Lo importante es que crezca con salud.

-Mira ya hemos llegao.

-Sí. No sé que nos va a tocar hacer hoy. Dar el callo como siempre.

lunes, 20 de julio de 2009

PADRES

Ayer, en la visita dominical a tus padres con tu hijo, tu madre no paró de sacar tus fotos de la infancia para que las viera tu mujer. Fotos como ésta:


Y a contar historias de lo trasto que eras en los primeros años de tu vida. Como el día que tuvisteis que salir huyendo de un bar de carretera porque habías ido a cagar al lavabo del establecimiento y lo habías puesto todo hasta arriba de mierda, y tu padre vino preocupado a ver lo que pasaba y se encontró el panorama y te cogió del brazo rápidamente y salisteis huyendo en una estampa frenética no como la de la fotografía, mientras el dueño del bar se encaminaba ya, escoba en mano hacia el lavabo a limpiarlo sin saber la sorpresa que le esperaba.

Después dijo aquello tan propio de las abuelas:

-Anda, enséñaselo a tu padre pa que vea lo bonico que es el niño.

Y fuiste decidido con el pelón berreante entre tus brazos a enseñárselo a ese hombre que hace ya tantos años te crió. Y tras la leve sonrisa de alguien ya deshauciado por el Alzheimer, vislumbraste al pobre hombre de pueblo que se pegó años labrando la tierra para liquidar las deudas de su padre que terminaron por no liquidarse. Y que acabó tomando un tren con dirección a una ciudad industrializada (una de esas ciudades grises del franquismo) para labrarse él una oportunidad. Allí se estableció y tuvo hijos. Hijos que fueron el espejo donde mirarse cada mañana al peinarse hacia atrás con agua ante el espejo tras levantarse bien temprano para realizar aquellas larguísimas jornadas en la empresa (el tajo como él decía) con las que consiguió alimentarte, y llevarte a médicos de pago y a estudiar a los colegios caros. Ese hombre que te inculcó la alegría por la vida que ahora brilla por su ausencia en su mirada mortecina, y te enseñó a respirar el aire puro mientras paseabais por el campo y que te abrazaba mientras veíais los westerns que tanto le gustaban en la televisión, que a veces se enfurecía como Charles Bronson y te mostraba su vena hinchada en el cuello porque a veces hay que tener carácter, y quejarse, y soñar. Y que se enfrentó contigo en la adolescencia para conseguir acabar haciendo de ti un hombre pese a que de niño fueras nervioso, inseguro y un cagón que ensuciaba los lavabos de los bares de carretera.

Y en ese momento, después de enseñarle a su nieto y escuchar:

-Qué bonico tan chiquitillo.

Pensaste si no habrías tenido tú suerte con el crío que habías traído al mundo si se comparaba con el trabajo que tuvo tu padre contigo.

viernes, 17 de julio de 2009

FLUIDO

El reloj me persigue por toda la habitación. Parece enfurecido.

-Es la hora -me dice.

Pretende que me doblegue a sus órdenes. Pero yo le hago frente con uno de mis tapones gigantes. Su punta toca el centro del reloj y este se dobla haciendo juntarse a las manecillas. Se licua. Se convierte en un fluido viscoso color mostaza que me llega a las pantorrillas y sigue subiendo. Después se transforma en algo menos viscoso y más espumoso y líquido. Produce efluvios nauseabundos y vapores. Su nivel avanza por mi cuerpo. Se acerca peligrosamente a mi boca. Noto su envolvente viscosidad.
-Necesito escabullirme -grito.

Aunque nadie me oye. Eso me aterroriza aún más. Me siento inquieto.

Aguanto las arcadas que me está produciendo el olor y que van a acabar haciéndome vomitar y sumergo mi cabeza dentro de la gran masa líquida que ha inundado mi habitación y ahora me hace flotar para tratar de huir. Sorprendentemente, el líquido es delicioso. Sabe a cerveza dulce, a la cerveza tostada de los Paises Bajos que descubrí en un viaje a Amsterdam con mis amigotes. Abro la boca para tragarla en grandes cantidades. Es maravilloso. Me sumerjo con decisión un par de metros. Buceo con ímpetu. Soy feliz en ese líquido viscoso y cálido. Es dulce y a la vez sabroso. Me siento protegido. Me duermo mecido por las olas doradas de ese fluido amarillento.

Cuando despierto, doy unas cuantas brazadas hasta la superficie. Ya no estoy en mi habitación sino en una piscina donde mis amigos nadan a mi alrededor. Me saludan. Se alegran de verme. Hace un sol espléndido.

Salimos de la piscina y nos dirigimos alegres hasta una barra de bar que está situada a dos metros y que brilla ocre al reflejo del sol de la mañana. Pedimos unas cervezas y charlamos de fútbol, después del Festival de Benicàssim, de las novedades de este año y de los grupos revelación. Nos reímos con los comentarios de Raúl. Hasta que nuestros vecinos en la barra, unos adolescentes con la cara plagada de granos, empiezan a berrear. Eso molesta nuestra conversación. Les apremiamos a que se callen pero ellos siguen berreando. Berrean y berrean hasta que me despierto y me doy cuenta de que los gritos provienen del moisés de mi hijo.

Mi mujer enciende la luz de la mesilla y mira el reloj. Las 3:27. Y yo reflexiono si esto era lo que me imaginaba cuando decidimos tener un hijo.

domingo, 12 de julio de 2009

MADRUGADA

Tu crío berrea como una condenado en la habitación de matrimonio, dentro del moisés. Su madre, tu mujer, le susurra al oído y a la vez le da palmaditas en la espalda. Suaves pero enérgicas. Es lo que recomienda el último libro para bebés tranquilos y felices que ha comprado. Al parecer, la clásica técnica de balancear el moisés ya no funciona. La de dormir con el bebé en la cama junto a nosotros es demasiado peligrosa, le chafaríamos. Y la de dejar que llore todo lo que quiera la probamos anoche. Mejor ni comentarla.

Ya es la tercera noche sin dormir. Desesperado, le dices a tu mujer que pare e intentas tomar al bebé.

-No -dice-. Sino se acostumbrará siempre a dormir en tus brazos. Es lo que comentan todos los expertos.

Piensas, qué me importa, lo que quiero es dormir. Y miras de reojo el despertador en la mesita de noche de tu mujer frente al moisés. Eso te asusta. Sabes que puede sonar a cualquier hora intempestiva como las 4:37 o las 6:19, cuando estés profundamente dormido, porque tu mujer se habrá programado la próxima toma para que el crío vuelva a mamar según las directrices de la libreta donde anota exactamente todos los acontecimientos que tienen lugar en la vida de tu hijo (mamar, cambiar pañales, dormir). Por eso tiene preparado en la cama, junto a lo que hasta ahora era tu zona de influencia en el colchón, el cojín que utiliza para colocar al bebé y acercarlo hasta sus tetas. Y piensas, que más da volver a pasear en tus brazos a tu hijo, pasillo arriba, pasillo abajo hasta que empiece a cabecear contra tu pecho y entonces, sigilosamente, vuelvas a meterlo en el moisés para que al menos duerma una hora seguida y con ello logres ni que sea unos minutos de descanso hasta el próximo berrido. Sin embargo, desde que ha desarrollado sus técnicas para llamar la atención, los paseos en brazos son más bien ineficientes.

Te tumbas en la cama. Coges un libro para sumergirte en la lectura y tratar de olvidar el característico sonido de los berridos, que se mete en tu cabeza.

Hace media hora que te despertó tu mujer, preocupada porque el niño emitía unos ruidos extraños.

-¿Estará despierto? -preguntó.

Encendió la luz y entonces, cuando se despertó de verdad, si que empezó a emitir ruidos (berridos más bien). Hasta ahora. Dos horas antes, después de la última toma, tuvo un ataque de hipo que le impidió dormir un buen rato.

-Ha estado 42 minutos con hipo -contesta tu mujer cuando le preguntas cuanto tiempo incordió tras la última toma.

Después lloró otro buen rato hasta que se durmió gracias a la técnica de los susurros y las palmaditas en la espalda, suaves pero enérgicas, que tu mujer está poniendo en práctica esta noche para romper la nueva rutina de las noches en vela.

Nada. No hay manera. Imposible concentrarse en la lectura con esos berridos. Cierras el libro y lo colocas en tu mesita de noche. Entonces los ves. Te habías olvidado de ellos durante todas estas noches.

Tu mujer dice:

-A lo mejor se ha cagado y está incómodo. Aunque los libros dicen que hasta los seis meses los bebés no se sienten incómodos pese a que su pañal esté sucio.

Te encoges de hombros para responder mientras estiras el brazo hacia la superficie de la mesilla. Ella te mira. Después se agacha encima del moisés y agarra al niño.

Cuando, el bebé en los brazos, se gira para decirte:

-Voy a cambiarlo.

Ya te estás colocando el primer tapón para los oídos en tu oreja izquierda. Después alcanzarás el
otro con la esperanza de que entonces se inicie una tranquila madrugada arrullado por los brazos de Morfeo.


jueves, 9 de julio de 2009

COMO LA MOSTAZA




¿Cómo la mostaza?, te pregunta la enfermera de pediatría del CAP al que llevas por primera vez a tu hijo.

Sí, contestas. Pastosa, densa y de un color amarillento oscuro.

Pues entonces todo es correcto, dice. Lo peligroso sería que fuera como petróleo y más líquida.

Y mientras analizas el contenido de los carteles con información sobre los bebés, con esos dibujitos tan didácticos, piensas en lo mucho que te ha cambiado la vida en unas semanas. Has pasado de discutir sobre los últimos fichajes millonarios de la liga de fútbol o del último grupo de música indie con los amigotes, a convertirte en un experto sobre las texturas y los colores de las cacas que observas cada vez que tienes que cambiarle el pañal a tu crío y que luego vas a tener que contrastar con la enfermera, esa profesional que ve la Tierra tan parecida a los mundos de Yupi.

lunes, 6 de julio de 2009

PARAÍSO PERDIDO

Ahora entiende uno por que la escena de Amarcord que aparece al final de esta
secuencia siempre le pareció arrebatadora.





Porque refleja la primera zona oculta del pasado de uno. Cuando vivía de los pechos de la madre a la cuna en una perfecta simbiosis. Cuando todo era placentero (placentero al menos si uno es macho hétero o hembra homo) y no existían ni en la distancia las responsabilidades. Ese pasado en que todos los cuidados de la casa eran para uno y que se ha olvidado completamente. Qué bien lo escenifica Fellini cuando su actor adolescente, ajeno ya al acto reflejo de chupar, sólo es capaz de soplar.

Es curioso que uno no recuerde ese paraíso perdido. Que los cuidados que le dedicaron en su más tierna infancia queden escondidos porque entonces uno no almacenaba remembranzas ni sabía usar sus sentidos para ello. Esos cuidados que la madre le dedica a su hijo sabiendo que nunca los recordará y que le otorga igualmente, generosa. Cuidados que uno es incapaz de realizar porque no tiene tetas. Imágenes que guardara el hijo en el subconsciente como el protagonista de Amarcord. Y formarán parte de una de esas secuencias oníricas del paraíso perdido de la infancia.

viernes, 3 de julio de 2009

SILENCIO

Tu vida doméstica estaba acompañada hasta hace una semana por este sonido:




El del silencio. Ahora es éste el que te acompaña buena parte del día:


Todo un cambio. Se podría decir que se ha roto el silencio en tu vida si no tuvieras en cuenta los años que llevas trabajando en la enseñanza pública y la contaminación acústica asociada a tu entorno laboral con muchachos como estos:







Así que mientras tratas de conciliar el sueño en un descanso de los ejercicios pulmonares de tu hijo, lo piensas dos veces y decides que tal vez es mejor aguantar los berridos de éste que los gritos de chavales a los que no has traído al mundo y sobre los que no tienes tanta responsabilidad. Por lo que decides seguir adelante con tu idea de estar un año de baja para cuidar de él a costa del erario público, al que tan fielmente has contribuido en los últimos tiempos.