miércoles, 29 de julio de 2009

MI HIJO

Te levantas como un resorte cuando el médico de urgencias del CAP aparece por la puerta. Le explicas lo sucedido con tu hijo. La sangre. Él lo sienta en la camilla y lo examina con detenimiento. Se gira y te mira pálido. Te asustas. Hasta que tose con fuerza porque al parecer algo le ha entrado por el conducto que no debía. Cuando se recupera analiza la sangre. Después dice:

-No se preocupe, con este calor las hemorragias están a la orden del día. Colóquele un algodón empapado en agua oxigenada en los orificios nasales si vuelve a pasar.

Lo dice con desidia. Al despedirse comenta:

-No se preocupe hombre. Que no es para tanto.

Habla con el tono que crees que suelen utilizar para los padres primerizos como tú. Pero no te importa. Tú eres lo de menos. Desde que lo viste en el moisés envuelto por la sábana empapada en sangre en torno a la cabeza mientras un hilillo del viscoso fluido corría por debajo de sus narices, sólo hay una cosa que se repite en tu cabeza como si el resto del universo hubiera dejado de existir: Es mi hijo. Qué más da que berree, que no me deje dormir o que mee encima mío cuando lo estoy cambiando. Es mi hijo. Ahora lo entiendo. Mientras lo cogía en brazos alarmado, llamaba a su madre y nos íbamos precipitadamente al CAP lo he visto claro. Yo soy el padre. Yo he querido traerlo a este mundo y yo habría de ser quién hablara de mis vivencias con él. Ni tú, ni otros deben seguir narrando esta historia.

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