-No se preocupe, con este calor las hemorragias están a la orden del día. Colóquele un algodón empapado en agua oxigenada en los orificios nasales si vuelve a pasar.
Lo dice con desidia. Al despedirse comenta:
-No se preocupe hombre. Que no es para tanto.
Habla con el tono que crees que suelen utilizar para los padres primerizos como tú. Pero no te importa. Tú eres lo de menos. Desde que lo viste en el moisés envuelto por la sábana empapada en sangre en torno a la cabeza mientras un hilillo del viscoso fluido corría por debajo de sus narices, sólo hay una cosa que se repite en tu cabeza como si el resto del universo hubiera dejado de existir: Es mi hijo. Qué más da que berree, que no me deje dormir o que mee encima mío cuando lo estoy cambiando. Es mi hijo. Ahora lo entiendo. Mientras lo cogía en brazos alarmado, llamaba a su madre y nos íbamos precipitadamente al CAP lo he visto claro. Yo soy el padre. Yo he querido traerlo a este mundo y yo habría de ser quién hablara de mis vivencias con él. Ni tú, ni otros deben seguir narrando esta historia.
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