viernes, 17 de julio de 2009

FLUIDO

El reloj me persigue por toda la habitación. Parece enfurecido.

-Es la hora -me dice.

Pretende que me doblegue a sus órdenes. Pero yo le hago frente con uno de mis tapones gigantes. Su punta toca el centro del reloj y este se dobla haciendo juntarse a las manecillas. Se licua. Se convierte en un fluido viscoso color mostaza que me llega a las pantorrillas y sigue subiendo. Después se transforma en algo menos viscoso y más espumoso y líquido. Produce efluvios nauseabundos y vapores. Su nivel avanza por mi cuerpo. Se acerca peligrosamente a mi boca. Noto su envolvente viscosidad.
-Necesito escabullirme -grito.

Aunque nadie me oye. Eso me aterroriza aún más. Me siento inquieto.

Aguanto las arcadas que me está produciendo el olor y que van a acabar haciéndome vomitar y sumergo mi cabeza dentro de la gran masa líquida que ha inundado mi habitación y ahora me hace flotar para tratar de huir. Sorprendentemente, el líquido es delicioso. Sabe a cerveza dulce, a la cerveza tostada de los Paises Bajos que descubrí en un viaje a Amsterdam con mis amigotes. Abro la boca para tragarla en grandes cantidades. Es maravilloso. Me sumerjo con decisión un par de metros. Buceo con ímpetu. Soy feliz en ese líquido viscoso y cálido. Es dulce y a la vez sabroso. Me siento protegido. Me duermo mecido por las olas doradas de ese fluido amarillento.

Cuando despierto, doy unas cuantas brazadas hasta la superficie. Ya no estoy en mi habitación sino en una piscina donde mis amigos nadan a mi alrededor. Me saludan. Se alegran de verme. Hace un sol espléndido.

Salimos de la piscina y nos dirigimos alegres hasta una barra de bar que está situada a dos metros y que brilla ocre al reflejo del sol de la mañana. Pedimos unas cervezas y charlamos de fútbol, después del Festival de Benicàssim, de las novedades de este año y de los grupos revelación. Nos reímos con los comentarios de Raúl. Hasta que nuestros vecinos en la barra, unos adolescentes con la cara plagada de granos, empiezan a berrear. Eso molesta nuestra conversación. Les apremiamos a que se callen pero ellos siguen berreando. Berrean y berrean hasta que me despierto y me doy cuenta de que los gritos provienen del moisés de mi hijo.

Mi mujer enciende la luz de la mesilla y mira el reloj. Las 3:27. Y yo reflexiono si esto era lo que me imaginaba cuando decidimos tener un hijo.

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